El frutero

Don Gilberto era un dedicado padre de familia. Tenía un pequeño puesto de frutas a las a fueras del mercado del distrito, el cual, si bien no le generaba riqueza, se había hecho de una fiel clientela gracias a su actitud amable y caballerosa. 

Sin embargo, el pobre vendedor de frutas fue uno de los tantos millones de infectados por el virus fem-10, más conocido como "el virus de la mujer bonita". Dicho virus solo afectaba a los varones y alteraba su anatomía desde la más mínima célula, convirtiéndolos en bellas féminas, de ahí su nombre. 

Pero aquella enfermedad hasta el momento sin cura no detuvo a don Gilberto, pues aunque ahora poseía un hermoso par de senos y el rostro de un ángel, aún tenía una familia a la que alimentar. Así que pidió a su hija que le preste algo de su ropa y, como todos los días, empujo con sus ahora flácidos brazos su carretilla a las afueras del mercado y, con su dulce voz de señorita, empezó a gritar -LLEVE LLEVE CASERA, FRUTA RICA Y FREZCA-. 

Sorpresivamente para él, las amables y conversadoras señoras que siempre solían comprarle pasaban de largo y ahora lo veían con cierto desprecio, él no entendía la razón. Pero, en contrapartida, cantidad de varones, entre viejos, adultos y jóvenes, se acercaban entusiasmados al humilde puesto, todo para ver a la hermosa vendedora. 

Don Gilberto, o Hilary, como se empezó a llamar ante sus clientes, entendió rápidamente los beneficios que su nueva apariencia traía consigo y decidió sacarle todo el provecho posible. Así, con prendas cada vez más diminutas y ceñidas, la bella Hilary multiplicaba por diez las ganancias del día, además de recibir varios regalitos por parte de sus clientes enamorados. 

Ahora la vemos en su pequeño puesto, tratando de vender toda su mercadería antes del medio días, pues a esa hora un guapo galán pasara por ella para llevarla a una romántica y ardiente primera cita, claro que esto es algo que ni su esposa ni sus hijos deben enterarse. 

-Hola, guapo, ¿no quieres probar mis melones?. 

-Valro.